Gozar el camino. Para la mayoría de la gente que corre el tener que enfrentar a los que no corren es un verdadero desafío. En especial, enfrentar la pregunta que más se repite: ¿Para qué?
Conozco varias respuestas que se han dado. Incluso un amigo una vez hizo una recopilación de ellas y las publicó; algunas eran serias, y otras humorísticas, algunas nacían de la calma del que quiere explicar su pasión, y otras de la ironía del que sabe que toda explicación es vana para el que no ha sentido esa extraña mezcla entre euforia, cansancio y placer.
Con paciencia he llegado a dar respuesta a la pregunta cuando se corren 5, 10 o algo más de kilómetros. Pero mientras más lejos se quiere llegar, más incomprendido uno se siente. Incluso, cuando te embarcas en la aventura de los maratones y ultras, la pregunta puede llegar a obsesionarte sin que nadie más que tú mismo la realice.
La primera vez siempre admite la respuesta del éxito conseguido sobre sí mismo. ¿Pero luego del logro que nos lleva adelante? Un mejor tiempo, una sensación más placentera al llegar, o tan solo menos dolor… No, no creo que por ahí vaya la respuesta.
El año pasado, previo a participar en el maratón más bello de mi vida: Rapanui, escuché a Cristian García Huidobro, el primer chileno en conquistar el Everest, dando una charla. Su mensaje era simple: Para llegar lo importante es ir. Es fundamental saber dónde se quiere llegar, pero lo más importante es vivir el viaje. Si nuestros ojos se pierden en la meta, no verán las piedras y los obstáculos del camino, pero tampoco veremos los tesoros y misterios que ese camino nos depara. Llevado por el maravilloso lugar donde me encontraba decidí experimentar ese «modo de ser y hacer». Corrí con la mente puesta en el presente, en el aquí y el ahora, en el paso que se daba y los aromas y sonidos que me rodeaban. Y por primera vez no sufrir. No hubo calambres, muros ni obstáculos que mi cuerpo o mi mente construyeran. Y los resultados fueron inusualmente buenos.
He continuado repitiendo la experiencia. Cada vez es menos un modo de enfrentar el desafío, y más un modo de ser y vivir. Y he sentido un salto cuántico en mis sensaciones (y resultados). Vivir el camino y gozarlo ha sido mi respuesta al desafío diario de vivir y recorrer la vida.
El correr, es para mí, una alegoría del vivir. Cada carrera, cada entrenamiento, es un desafío que se puede vivir como un problema que superar, o como un viaje que disfrutar. Y si hoy mi cuerpo o mi mente no desean ese viaje probablemente es porque me espera una aventura en otra parte.
El próximo Maratón de Santiago lo viviré por primera vez como un viaje, como uno que está contenido dentro de uno mayor que es el que me lleva a desafíos mayores, en una estructura fractal infinita de la que todos formamos parte.
Suerte a todos… Y gocen del camino…
Andres Reisz